Un poema
Cambio
de dirección.
La
historia, los objetos que con trabajo resuellan en las cajas de cartón, mi vida
acomodada en la sala lista para ir a exhibirse a otra estantería, lista para
ser cargada y descargada en otro sitio, con el polvo, con todas las
provocaciones, el daño, con todo el cariño y las flores que sobrevivieron a mis
catástrofes, con las tarjetas de feliz cumpleaños y las recetas de doctores y
místicos que he seguido; la vida, en universos marrón, con cinta canela para
que nada se escape, para que ninguna cosa halle la expansión y se disperse
entre las hojas de otras historias. Mi vida que está en pausa, postergando
versos o líneas de una novela que nunca termina, mi vida congelada. La casa, la
promesa, tiene ya sus barrotes para encerrar y proteger todo lo que llevo: la
música, los cuadros, los personajes, la mesita del café. La casa nueva, casi
terminada. Sus paredes atraen al sol, son del mismo color; un sol enano en la
cuadra, en una privada al fondo de la calle, en un rumbo extraño un poco
golpeado por la realidad. ¿Dónde está la caja con setos de margaritas? ¿O la
botella verde por donde la luz dibujaba
un bosque sobre la superficie amarilla de la cómoda? Libros viejos que parecían
haber venido de Babilonia, pergaminos en el mueble del comedor. ¿Y el cuadro
del paisaje japonés que compré en una venta de cochera, ya tiene cerezos en
flor?
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