El sol me toca

 

Salgo de la vida para ir a donde descansas con tu cuerpo encendido. Sobre tu piel mis palabras duermen, en esos territorios crece algo que nace cada día y algo que cada día muere. Me acerco a ti y huyes, porque sabes que te descompondrás en mis brazos, sabes que mi amor te desvanece, espíritu de bruma, amor que siega y destruye todas tus cosechas, mi cariño de talador desaparece tus bosques. Soy el jardín con la grama crecida entre las piernas, la humedad y la hojarasca de algunos otoños, soy el fruto que resplandece y el que se queda a soñar entre las hojas del árbol, soy el canto de los grillos en una espesura de flores blancas que ondean a la orilla de la fuente; el sol me toca, me recorre, busca un sitio donde deshacerse en un arcoiris o en un campo baldío con su abrigo de oro. A veces aquí todo es silencio hasta el caer infinito del agua en su chorro o los pájaros que se quedan quietos, el mundo del insecto, con su ruido como de pequeñas campanas que tañen al fondo de un viejo cuadro de la campiña. La quietud me circunda y naces tú, nace el amor a las palabras, a la distancia, a tu promesa de vernos de nuevo, alguna vez, en otro mundo, en otro sitio donde haya tierra propicia, donde las lluvias se besen para formar nuevos ríos, allá donde sin conciencia todo esté terriblemente vivo.

 

 

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