Diálogo con El Fuego Sin Nombre



Escenario:
                     Mientras el mar recorta su perfil, destellan partículas de humedad sobre su piel. Con silencio albino, el sol se desarma sobre sus aguas. Playas solas, luz sumergida, canciones lejanas, y el viento que duerme bajo la música del crepúsculo, entre ola y ola.

-¿Cuántos cuerpos guardas, cuántos naufragios, cuánta gloria?

-Uno por lo menos: mi certeza, mi espíritu. Valéry, en su discurso a los cirujanos, tiene anotado un caos profundo, una belleza lejana, un dolor inmenso.

-¿Es tu romper contra las rocas un sound track de la felicidad? Parece que los delfines quisieran salir y disfrutar de la arena.

-Su movimiento es danza, vida que duerme en el fondo. Todo lo que no conoces. Agitado y violento cúmulo de algas, hojas de cobre que hacen una silueta en la playa, un filo de bruma metálica.

-Estaba en la orilla con este espíritu de cormorán que sobrevuela el nidal de ondas, con el mirar donde no se mira y el saber de lo que no se sabe, salvo por la punta de la lengua. Descifra para mí los signos granulados de la sal.

-No estoy más aquí. Soy agua y pensamiento y nada más. Las manos del que sufre alcanzan mi rostro: su tacto es la noche. Me deja dos heridas y ahora está destrozado en otra playa, Neptuno de negras arenas. Un tatuaje abre su cuerpo para encontrar el secreto: una flecha que no alcanza su manzana.

-No me quedaré a tu lado como la lluvia y el frío, eres la red que atrapa cuerpos.

-Soy un nudo de estrellas. Los signos hablan de simbiosis entre ellos; todo lo demás está fuera del mundo. Mi paisaje es una hidra donde las muchachas buscan tortugas, caracoles, respuestas. En sus cabelleras crecen las flores, ahora, y todo muere en el instante.

-¿En ese lapso todos los mundos, su sesgo y el fragmento correspondiente a nuestro mirar, existen?

-Ya lo sabes; yo estoy en otro sitio y es la arena del reloj la que me calla: entra por mis pupilas, por mi boca. Mi garganta es la estación del tiempo.

-Las nubes que te saludan te han regalado el verde metal del fondo oceánico que llevaste después a esa obra maestra con trazos de acero. Mi lengua buscó tu lengua y no había nada.

-Marco una aparente distancia, para luego volver. Conozco el silencio y la lejanía, el dormir para soñar que sueñas, despertar para seguir soñando y después volver al lugar preciso en que despertaste dentro del sueño. Inventé una casa para verte dormir, inventé todos los cuentos estelados para distraer a los pájaros.

-Yo inventé que tenía una voz distinta, inventé las líneas de mi mano y las líneas torpes que escribo cuando escribo. Inventé que había poesía, que había poemas escritos en mi piel con pequeños versos que cambiaban cada día. Para cada emoción o sensación había una rima de otro color, un contraste, algo fundido. Un día hice para ti las líneas de mis ojos y eran pequeños alambres de cobre casi derretido, líneas chispeantes, luminosas; pero cuando los cerraba, una laguna azul las borraba y quedaban en blanco; lo mismo que mi corazón, que cuando no hubo una sola palabra se consumió.

-Puedes vivir en mí, pero no conmigo. Regresa pronto.

-Tendré que volver sin ti, seguir una vida sin ti, en otra parte, sin ese ruido tuyo donde estoy atrapada como en un puño de carbón, para seguir trazando otras rutas de navegación. El silencio dictará solamente pequeñas hojas en blanco que caerán sobre mi cuerpo nevado.



(Del libro Como un violín en su caja negra; editorial Vocho Amarillo 2018)

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