TARDE DE TEATRO
I
Existió para nombrarlo o
existió al nombrarlo
Existes para ser nombrado,
para ser removido del fondo de la
nada y
crecer como un relámpago sobre la
calle.
Correr,
retroceder
cauce vencido por el río
El árbol trueno crece a las
orillas.
Los ojos del relámpago se abren
bajo su sombra
son acaso lo mismo:
voz, luz, trueno y relámpago.
II
Un pájaro azul
Canta a su agua azulísima en la
panza y un látigo
de colores forja un hombro para
un brazo, una mano para los dedos.
El personaje es una flecha que se
incendia al tocar el suelo.
Pero la pesadilla está más
clavada que una estaca de plata
en el corazón tembloroso del
poema. Es un cascabel de sordidez,
una casa de espejos vacía, una
flor que se desangra.
Las plumas no son el
vuelo; mi pluma es la libertad. Quien no ha saciado la vista está encontrando
algo bajo las hojas muertas de los árboles. Yo busco algo con los ojos
cerrados: una luz que crece en mis orillas, una flama que arde con el carbón de
las palabras que pienso, un fuego que no se extiende.
III
De pronto veo mis cabellos
ovillarse en el suelo. Un ser nace de mi desgracia. Un ser que ha sido atado a
la enfermedad por un pelo de color cobre y otro negro; por la mugre, las
boronas, los restos de la cena, los hilos viejos de las sábanas. Soy yo en la
locura, tendida muerta en una parte diminuta, allí en el salón, luego sobre el
escenario, volando con mis cabellos que besan el aire. Estoy pesada como
siempre y con las rodillas acalambradas; con la angustia de estar tendida sobre
el mundo, absurdamente viva.
Lo he descifrado: Hölderlin
cruzaba su corazón cada tarde por un puente, después su rebaño, otro día
trataba de regresar y no sabía cómo pronunciar las palabras para construir el
puente ya olvidado, la tarde, las ovejas.
Cruzamos puentes,
como la aurora cruza la noche. No debo ir sola sobre el puente, no debo caminar
sola bajo el puente. Y el orégano refresca mi memoria como la brisa de la
tortura. Vuelo por encima del puente. Es una postal de la tarde en una bolsa de
mi pantalón.
Todo parece tan perfecto en el papel.
IV
El relámpago es
un animal luminoso
en la palma de mi mano
El caballo de la noche
lleva en sus crines
un prendedor de trueno
(Del
libro “El club de la tortura”, Ediciones Sin Nombre y Nod, Ciudad de México
2005)
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