Manzanas
La roja
Corrí tras el gorrión. El desfiladero hacía brillar las hojas de los árboles. La luz del fondo ascendía y la cortina de rozos guardaba en su corazón la sangre dulce de las manzanas. Tomé una roja y atigrada, su néctar resbaló por las comisuras de la boca, mojé mi rostro y las manos para pegarlas en mis piernas y desprenderlas después con suavidad, como la calidez y sensación de un beso. Labios que permanecen. En el bosque, recuerdos de mi piel, canta la grama.
Una amarilla
Vigilo el pórtico. Una anciana fofa y enorme se acerca a la puerta de casa. En sus enaguas esconde el mundo. La mirada incierta, la piel desvencijada. Mi hermana sale a su encuentro, saca su manita por entre las barras de metal que simulan una enredadera, en la punta tienen una lanza en forma de loto. La pequeña es un acertijo de cabello cobrizo. La mujer le extiende un regalo: una manzana de piel pálida. Continúo en mi sitio, alerta. La niña se distrae con la danza de un par de colibríes que fulguran por encima de las rosas, son más verdes que un collar de esmeraldas. La criatura corre, abre los brazos, anhela ser pájaro y estar en el aire. La gitana se aleja, gime. Cerca está su campamento, alcanzo a mirar por entre la verja el techo azul y oro de la carpa, las líneas de luces. Se escucha que encienden el proyector. La taquilla está abierta. Mi hermana, prefiere el sueño  que las mordeduras en cualquier manzana.

La manzana en la fotografía
Sobre un rostro casi difuminado por el tiempo la manzana cubre un ojo. La eternidad tiene una mordida en las orillas. 








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