El poema que tú entenderías.

El poema que tú entenderías.
Éste se llama William, pero no estamos seguros, indica con un dedo; sube la escalera, apaga la televisión de mi cuarto, por dos horas todo es abrir y cerrar cajones.
Ya está por terminarse el librero con alas, la casa con playa y alberca, el cuadro de las manitas que sostienen un vino donde sin duda estarás, iremos por una autopista con los anuncios que tendrán tu fotografía con la pelota amarilla y la corbata hasta el piso, todo permanece allá en la arena. Haces sonar las puertas de abajo, el metal contra el suelo, el tintineo de vuelta a mis oídos, ya se eriza la piel, ojivas en la puerta de entrada sin duda, quieres caer desde el avión de la gasolinera en un mar violento y perderte.
La maceta blanca continúa destrozada, lo hiciste, un pedazo cada noche, la planta vive junto a la ventana, el pequeño tronco con parafina te sirvió bastante bien, certero en propósito sin provocar más desastre. Al parecer este ambiente es hostil, las raíces de la julieta se han vuelto negras tripas en estado de descomposición.
Hablas de la música de las cosas, de la guitarra, las cuerdas, el suelo, el amplificador, la lengua, que no puedo escuchar ni sostener ese vuelo o la libertad que es el ave, su pata, la reja, la jaula y las llaves.
¿Vamos a ir el sábado en la moto amarilla a visitar a nuestros amigos?, no creo, pero te digo que sí, no, porque dije que lo que ella hacía era cruel.
Nos vamos a quedar solos, -dice Él todos los días-, yo sola con mi locura, tú solo con el lenguaje de ramas, ¿quieres repetir durante otras dos horas dónde hemos dejado el auto?, ¿sigue estacionado en algún centro comercial de Japón?
La otra noche se armó de vidrios, botellas rotas por el aire, tus manos eran pájaros y deseabas hablar con ellos, a veces quieres un incendio, un encendedor para quemar la casa, ardería fácilmente; hoy ha sido hermoso, un silencio construido con naipes de cafeína y otras sustancias.
La boca seca, arrugada y roja por dentro, el paladar sin control. No sé si tienes los ojos cerrados, no te he escuchado decir nada sobre el idioma sutil de la muerte, esa amiga que te dice que te han salido otros brazos. A las doce en punto recuerdas el nombre de todos los caballos de la infancia, uno por uno pasan por tu cabeza.
De los animales en la pared, no puedo decirte nada, ellos serán líneas pintadas con esténcil o figuras pegadas al azar, no tendrán corazón o sangre, irán a estrellarse contra la realidad y ya estaremos lejos, animados, con hambre de castores.
Hiciste de las palabras la vida, aterrador como cada cosa nueva, pegaste ruido con arroz, calle con el número veinte, viaje con caída libre, ataste zapatos a humedad, risa a nada más para decir, patrulla a auxilio para pedir ayuda, vaso para agua, taza negra para café, misma dirección para ir a otro lugar, expansión del universo a libro de recortes y algo para matar los peces, que no encuentro todavía.

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