Nombrarte al caminar es huir de la muerte.
                                                                                                      
No te conozco, pero puedo intuir en ti todas las tragedias del mundo. Lo he visto: en tus ojos se esconden un par de galaxias negrísimas, jamás te veré llorar, ¿qué sería de una lluvia oscura, un torrente de tinta sobre tu rostro y ninguna estrella?

No te conozco. Una sola vez me hablaste del odio, gran potencia, al igual que el amor, intermitente en nuestras vidas. Te escuché y mi silencio era el capital, la certeza de que estaba ahí a tu lado con las ganas de sentir. Movía mis piernas suavemente, de un lado hacia otro, de pronto tocaba tu rodilla. La noche estaba más elevada que nunca, lejana, con su cielo consternado. Las calles eran ruido, aturdimiento por el constante ir y venir de los camiones de carga. Nuestra vida era un precipicio, un fondo con luces blancas y rojas que fluían sin detenerse. En mi cuello un collar con la pluma de pavorreal parecía vigilar mis movimientos, ¿era otro ojo, un corazón o el futuro?

Mi pierna blanca azucaraba, era una radiación, un recorte de luna. Me tocaste, estabas tan nervioso, eras una espiga incendiada, un árbol melancólico; la falda ondulaba igual que el deseo. Sentía.
Tus manos, la primera vez que las observé sostenían un bombón y  luego te lo llevaste a la boca, después dejaste el lugar, recargado en mi moto hablabas por teléfono, yo te miraba sin poder descifrarte, me dolió, eras una pregunta, un chico de playera blanca y sombrero. Amé tus manos, gracias a ellas mi corazón se acercó a ti. Entonces tu nombre en la mente sonaba blanco y rosa, conejo, líneas, bombones. Cerraba los ojos, estabas ahí de nuevo con la motocicleta. Delirante. Nada sabía de ti, estabas con un niño, la música era una esfera, el calor de la tarde, la punzada en mi lengua. Mi blusa roja encendía más el cuerpo. No sabía si volvería a verte. Pensé que no necesitaba otra cosa, solamente saber el negro exacto de tu mirada. Me contaste una mentira piadosa y de sabor agridulce: el por qué quedó marcado tu cuello la noche anterior, no le di importancia. Tu cuerpo me era desconocido y distante. El café estaba delicioso, ardiente, su espuma rompía en pequeñas olas sobre la  playa de mi boca. Deseaba estar en otro sitio contigo. Te llevé a mi lugar.
Querías darme tantas explicaciones de todo, me aturdían las ideas, una imagen tras otra, de pronto decidí cerrarme, solamente para contemplarte mientras hablabas.
Conocí la historia de tus tatuajes. Dos flores bien marcadas y en azul con algunos detalles en rojo y verde: muerte y desolación, pero también -pensé-, vida más allá de todo. Y un pájaro que hasta ahora no sé exactamente lo que significa, pero para mí es el mensajero, la esperanza. Tu antebrazo contiene parte de lo que ha sido tu vida, lo más intenso y profundo. Eres misterio. En mí eres una promesa, un cosmos por petición, palabras y estrellas.
No recuerdo el momento preciso en que me hablaste del amor como un estorbo, una torpeza, pérdida de tiempo, yugo. Estábamos en el auto y la lluvia nocturna tejía el desorden por la avenida. Comprendí. Era tan claro, si sucedía entre nosotros, sería intenso y efímero, tal vez como las cosas que realmente valen la pena y que de tan pequeñas pueden guardarse y brillar.
Sería una noche, una que en mi piel tendría que durar para siempre. Ya no precisas creer, entonces el amor debe ser para ti un objeto descifrado. Sin embargo sé que amas, -pensé-.
En la espalda tienes otro tatuaje: un corazón y dos flores, todo a prueba de balas, tal como tú. Has sobrevivido a tanto, porque se atravesó una esquina, porque te llamaron de casa y por muchas otras razones que desconozco. Sobrevive a mí.
Saltar al llano de tu mirada como en un espejo donde me encuentro desnuda, tersa, caliente. Besarte fue la noche entera, una de la madrugada, pasos, camino a casa, detenernos. No había nada más, ni siquiera el aire, tu voz era mi impulso, un faro, arribar a la locura. El deseo me tomó de la cabeza, estabas tan firme, grandísimo, delicioso, pero también dulce; y el aroma de tu cuerpo como un juramento, será para mí un campo de margaritas. Tu sabor es todavía toda mi hambre. Beberte. Tomar la semilla, lo más profundo. Saciarías a la más sedienta.
El sillón fue una cama, un palacio, un reino. Inclinada te esperaba, más que la tierra a la lluvia, te esperaba. Desde que me besaste, ya todo era necesitarte. Delirio. Elogiaste mi cuerpo, soñé el tuyo para saborearlo de nuevo, recorrer con mis labios toda tu piel.
Los tatuajes estaban habitándome. Te amé cuando hablaste de mí, cuando descubría esa lujuria deslumbrar: blanca, resbaló por mi barbilla.
Me tomaste, no conté las veces, dentro, fuera, dentro fuera. Mi pulso era un animal, sentía la piel herida, desde ese instante te dije tigre. Quise ser tu presa.
No sabía mucho de ti, pero mis pensamientos saltaban, recorrían tu cuerpo, lo amaban. Ahora el deseo se acciona al pronunciar tu nombre mientras camino, duele mi sexo.
En la habitación de tu casa, en una cama que no era la tuya, te dije hazme lo que quieras, mi cuerpo es tu tierra, tu experimento. Llámame tu puta, enteramente tu puta. Sin memoria, sin más amantes que alguno que otro ocaso. Nada importaba. Eras belleza y sueño.
Creo que nunca te han deseado como yo, pensé o te lo dije, mientras entrabas y salías de mí. Después te lo pedí, vacíate adentro. Todo fue terrible y hermoso, lo hiciste. Me volviste a la vida.
Tengo tus tatuajes guardados en las pupilas, en mi cabeza, en el vientre. Las flores de tu espalda me crecen. Te deseo otra vez.
El miedo sabe a la tarde, las campanas se acomodan en el corazón.
Caminar contigo, sentir la vulva abriéndose, apretar el paso, las piernas. Era una mujer y un mar. Al llegar a casa, el instante de la intención del beso, fui cobarde y me arrepiento. 
Te dije adiós porque sabía que si sentía de nuevo tus labios, ya nada en el mundo se salvaría, nada tendría remedio.
Te necesito, pero para que permanezcas. Tú no me quieres ni siquiera lo piensas; sin embargo ese beso que se quedó entre el sol de la tarde y la calle, será eterno. Ya no preguntaré de nuevo. Un ave destroza mi pecho.


 poema de mi libro simulación dinámica (inédito) 

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