El día recorre el lugar, antes del amanecer ni el sol ni yo, solamente cristales limpios y la oscuridad. Luego las horas cortas, los pensamientos sobre el pasto crecido, la falta de agua de algunas plantas. Mi tiempo: muertos en cada rincón del mundo, el universo se hace cada vez más y más pequeño, tanta sangre lo anula todo, el espacio se recorre, parece que pronto dejaremos de existir, ¿también los lindes, los bordes, el absurdo tiene vida?
Mi mirada se vacía a veces, solamente quiero palabras para seguir, para respirar, para darle un sentido a los sobresaltos, al insomnio, a ese dolor que se acomoda entre los huesos.
Todavía soy yo, la incertidumbre me vacía.
Pocos minutos para estar aquí, para olvidar significados deliberadamente, si no lo hacemos el vuelo es imposible. Otra vez el sueño con las ventanas, mirar más allá, ahora parece que el sol es una rebanada, se esconde, huye del día, tantas nubes podrían venir a hacernos compañía, a veces la lluvia es el único lenguaje de la ciudad. Yo no entiendo ese odio, el sufrimiento. Una vez vi un barco alejándose de la refinería, lo rojo era todo cielo y gaviotas aterrorizadas, no había amanecer, un bulevar era mi alegría de encontrar el mar, siempre el mar, ahí va uno cuando busca una respuesta muy poderosa y esa imagen se alejó con mi aliento, era tan pequeña, espuma, arena. 



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